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Este artículo aborda el hábito de la murmuración dentro de la comunidad cristiana, analizando cómo los prejuicios y las dobles morales afectan la unidad congregacional. A través de ejemplos concretos y una perspectiva bíblica, el autor guía al lector desde la crítica destructiva hacia la corrección con amor, proponiendo el ejemplo personal y la humildad como antídotos efectivos. Una reflexión necesaria que invita a examinar si nuestras acciones edifican o dañan el cuerpo de Cristo.

Del Chisme a la Corrección con Amor: Un Llamado a la Reflexión para el Creyente

Murmurar no es un hábito adecuado para ningún cristiano que profese serlo. Esto es especialmente relevante cuando se forma parte de una congregación y se establecen relaciones con personas a las que se llama «hermanos». Es probable que, en este contexto, usted interactúe con frecuencia con otros creyentes. Si en alguna ocasión ha murmurando sobre el peinado, el maquillaje, la vestimenta, el comportamiento o la forma de bailar de un hermano o una hermana, es necesario detenerse y reflexionar seriamente sobre esta actitud.

Es cierto que se podría señalar que al murmurar, usted está «juzgando a sus hermanos». Si bien esta observación es acertada, no capta la raíz del problema. Existen situaciones que pueden requerir una corrección fraternal, pero esta debe ejercerse siempre con amor y ternura, recordando que todos somos pecadores, y que Cristo también se entregó por esa persona. La pregunta clave es: ¿Qué haría Jesús en esta situación?

Para responderla, es crucial discernir el tipo de corrección que se aplica. ¿Se trata de un pecado grave que la Biblia condena explícitamente, o es una falta menor que, no obstante, podría conducir a una más seria? La realidad espiritual es que Dios no clasifica el pecado en niveles; para Él, todo pecado es pecado.

Un ejemplo común de murmuración en las iglesias se centra en la vestimenta o el aspecto físico de las hermanas. Se observa una gran variedad de estilos, desde líderes con accesorios llamativos hasta mujeres de apariencia muy modesta. Inmediatamente, esto puede generar juicios: se asume que alguien no anda bien espiritualmente, que está adoptando gradualmente el espíritu del mundo, o que es una «loba con piel de oveja». 

La mejor manera de combatir la murmuración es con el ejemplo.
La mejor manera de combatir la murmuración es con el ejemplo. Imagen ilustrativa.

Sin embargo, cuando un hermano usa aretes o se tiñe el cabello, la reacción suele ser mucho más evidente y frecuentemente recibe una corrección más directa. He observado que existen mayores prejuicios hacia los hombres que hacia las mujeres en este aspecto, pues se considera que un varón simplemente «no debería» hacer estas cosas. Mientras que a una mujer que se pinta el cabello o se deja las uñas largas rara vez se le cuestiona, cuando un hombre hace lo mismo, a menudo es amonestado. 

Esto nos lleva a reflexionar: ¿por qué existen estos prejuicios? ¿Por qué se condena tan severamente al hombre por expresar su apariencia personal? ¿Qué hay detrás de esta prohibición no escrita que parece aplicar un estándar diferente según el género? ¿Por qué sucede eso, y no sucede al contrario?

Esta comparación nos enseña algo profundo: desde la infancia, hemos sido influenciados por estereotipos y prejuicios culturales. Se nos han inculcado patrones de comportamiento y gustos específicos, como la idea de que el color rosa es «femenino». Personalmente, tengo muchas camisas de este color, y eso no ha cambiado mi identidad. ¡Esto es un prejuicio! Son constructos humanos, fruto de nuestra imperfección y naturaleza pecaminosa.

Al contrastar estos dos ejemplos, podemos llegar a una conclusión: en muchas congregaciones, es difícil enfrentar este mal. Dependiendo de la denominación, los juicios hacia las mujeres pueden ser más o menos intensos, pero el problema existe universalmente y es complejo de abordar. Son pocos los líderes que logran controlar esta actitud y no dejarse llevar por sus propios prejuicios. Surge entonces una pregunta incómoda: ¿Qué pasaría si yo, un cristiano que afirma leer la Biblia a diario, llegara a la congregación con el cabello teñido? ¿Qué conversaciones se generarían?

¿Estarías dispuesto a cambiar algo en tu vida para no hacer tropezar a un hermano?
¿Estarías dispuesto a cambiar algo en tu vida para no hacer tropezar a un hermano? Imagen ilustrativa.

Quienes deseen defender la imagen de su iglesia, quizás afirmen que eso no sucede en su comunidad. No obstante, la murmuración es una práctica dañina y un pecado condenado en las Escrituras, especialmente para quienes llevan el nombre de Cristo. La manera de enfrentarla es con ejemplo y humildad, un valor que Dios ha estimado desde siempre y hasta hoy.

La Biblia enseña que las cosas de este mundo pasarán y vendrán un nuevo cielo y una nueva tierra. ¿Qué se destruirá? El espíritu mundano, manifestado en la ostentación, el orgullo, la avaricia y otros vicios. Estoy convencido de que nadie llevará su teléfono inteligente, su televisor o su cuenta bancaria al cielo. Menos aún, cuando nuestro verdadero título es el de hijos e hijas de Dios.

Reconozcamos que todos tenemos puntos débiles. Algunos luchan con pecados públicos, otros con pecados privados. Si su batalla es privada, busque ayuda en alguien con madurez espiritual. Si es pública, pida a Dios que le ayude a examinarse con humildad.

Siga estas pautas para erradicar el hábito de murmurar.

Actúe con amor: El amor le ayudará a velar genuinamente por sus hermanos. Si alguien está en error, tome la iniciativa de ayudarlo a reflexionar, con paciencia y tolerancia, reconociendo que corregir a un adulto requiere sabiduría.

Enseñe con el ejemplo: Para corregir con autoridad moral, debe ser el primero en vivir lo que predica. Trabaje en el bienestar espiritual de su familia y comparta humildad. Como dijo Jesús en Mateo 7:17-19, todo buen árbol da buenos frutos. ¿Está usted dando buenos frutos?

Sea constante y humilde: La humildad es clave para imitar a Cristo. Ore pidiendo más sabiduría y humildad cada día. Esto le permitirá entender que no siempre tiene la razón y le guiará hacia decisiones fructíferas.

¿Y si, a pesar de todo, su hermano o hermana no cambia? Continúe orando por esa persona y trate de ver la situación como Dios la ve. Él no es humano; disciplina desde el corazón y sus pensamientos son más altos que los nuestros. Aunque no conozcamos sus planes específicos, sabemos que Su amor por nosotros es profundo. Imite ese amor y siga esforzándose por seguir a Jesús.

El arma más poderosa contra toda influencia negativa es, una vez más, nuestro ejemplo. Para no caer en la trampa de la murmuración, recuerde constantemente que está sujeto a una autoridad superior y no permita que su naturaleza imperfecta siembre este hábito hasta convertirlo en una adicción.

El amor lo es todo.

¿Estaría dispuesto a renunciar a un hábito o preferencia personal para no ser tropiezo para un hermano? ¿Renunciaría a teñirse el cabello, usar ciertos accesorios, vestimenta o participar en eventos mundanos con ese fin? Si su respuesta es afirmativa, demuestra un espíritu digno de ser llamado buen cristiano. No se trata de etiquetas como «machismo» o «feminismo», sino de vivir la fe demostrando que las cosas del mundo son pasajeras, y que aguardamos un futuro mejor.
Predique con su ejemplo en todo momento. No se conforme simplemente con seguir normas o costumbres. Vea cada día como una oportunidad valiosa para predicar, eliminando para siempre sus prejuicios y enseñando con el ejemplo. Al final, una familia unida en el amor siempre será más fuerte que una dividida por los juicios.